jueves, 21 de enero de 2010

El Intruso




Una sombra sentada al lado de la cama de un moribundo, leyendo, esperando.

Sinforoso era un hombre cuya vida transcurría entre la mediocridad y el sufrimiento. Consideraba que su destino era cruel y frustrante, y con gran determinación se empeñaba en torcerlo. La sombra siempre había estado a su lado para guiarlo, para ayudarlo, pero enceguecido por su enfrentamiento con el que él creía era su destino; se empeñaba con igual determinación en no escucharla. Así, pasó su vida enfrascado en luchas infructuosas, en esperas estériles. Se confundió de tal manera que en vez de reconocerla, la bautizó “el Intruso”.

La agonía se alarga y esta vez es la Sombra la que espera; mientras lo hace, repasa la vida de su compañero y una leve sensación de frustración la embarga. Ella cree haber hecho todo lo posible y necesario. ¡Cómo pudo no entender! ¿Estará haciéndolo ahora?

Sinforoso total y completamente abatido, parado frente a la vidriera de una casa de venta de billetes de lotería. La Sombra, después de haber probado mil formas de comunicarse con él sin obtener ningún resultado ni respuesta, decidió que tal vez a través de lo único que para Sinforoso era casi placentero, el tango, sería posible el contacto. Probó no sin cierto cinismo con “Otario que andás penando”. Al entonar el comienzo, que es un tararear en forma de carcajada, Sinforoso, atónito, miró a su alrededor, al Cielo; nervioso comenzó a hablar solo con la firme convicción de que “alguien” quería enloquecerlo. Trató de concentrarse en los billetes de lotería pero en su cabeza sólo resonaba el 17, con más y más fuerza, pensó que no se puede terminar con los pesares económicos justamente con el 17: la desgracia. No, debía elegir otro, pero antes que pudiera decidirse a entrar al negocio, la Sombra continuó cantando:

”Otario, que andás penando
sin un motivo mayor
quién te dijo que en la vida
todo es mentira, todo es dolor.
Si tras la noche oscura sale el sol
y de la vida hay que reírse igual que yo.
Jajarai, jajai, jajai,
jarajajai, jarai, jojo."

El pánico se apoderó de Sinforoso que salió corriendo, gritando aterrado:
-¡Tengo un intruso en la cabeza! ¿Me quiere volver loco! ¡Por favor, ayúdenme!
Y ese “intruso” no dejaba de gritar: “te olvidás el billete de lotería”.
Después de vagar sin rumbo por horas, ya extenuado volvió a su casa y como todas las noches prendió la radio, se recostó vestido en la catrera a fumar el último cigarrillo del día.
-“Gran premio de la Lotería Nacional el ...” -sonó en la radio, pero no quiso ni pudo escuchar, no tuvo el valor suficiente.
Al día siguiente al volver del trabajo se sorprendió al ver que su vecino, uno de los más pobres del barrio, estaba dando una gran fiesta. ¡Hasta había una orquesta! Preguntó a unos pibes que pasaban correteando con globos y caramelos qué era lo que estaba pasando, excitadísimos contestaron que el viejo se había ganado la grande. Con los últimos pesos que le quedaban había comprado el billete ganador en la agencia de la esquina, no se acordaban el número completo pero estaban seguros que terminaba en 17.
La Sombra trató de calmarlo, pero fue en vano; ni bien intentaba hablarle o cantarle, Sinforoso estallaba en rezos en voz alta, echándola como si fuera una maldición, llamándola Intruso, persignándose cada vez que la nombraba y repitiendo una y otra vez: no vas a lograr enloquecerme, no lo vas a lograr.

El sonar monótono y rítmico del monitoreo se interrumpe e irrumpe un sonar estridente, continuo; lo siento como un timbre, una alarma; miro a mi alrededor, llegó la Parca. Le hago un guiño, me sonríe. Llegó el momento. Entran las enfermeras. No me ven. Nadie presta atención a las sombras, tendría que estar acostumbrada. ¡Qué terquedad la de este hombre; aún sigue luchando!

Sinforoso enamorado. Teresa resultó ser nefasta en su vida: tarotista, grafóloga y versada en ciencias ocultas varias. El fue a consultarla para saber de su futuro; desde el mismo instante en que la vio, se enamoró perdidamente de ella. Al presentarse, Teresa le comentó como al pasar el significado de su nombre: Sinforoso “el lleno de desdichas”, y que así estaba marcado su futuro. La Sombra trató de hacerle entender que ese era justamente el destino que sí debía torcer, el determinado por sus padres al nombrarlo; pero no, seguía confundiéndose y cumplía con el vaticinio de su nombre rechazando, negando y negándose una buena vida.
Después de meses de cortejarla con poemas, flores y regalos más costosos de lo que en realidad podía afrontar, ella accedió a la propuesta de casamiento de Sinforoso. Tras casi un año de recibirlo todo sin dar nada a cambio, la noche previa a la boda, Teresa con tranquila frialdad simplemente dijo:
-Hay otro hombre en mi vida. Me voy. Me voy para no volver.
Mientras se ponía los guantes y el abrigo, Sinforoso preguntó con la voz entrecortada:
-Nunca me dijiste qué significa tu nombre.
- La cazadora.
No volvió a verla; jamás logró olvidarla y a pesar de la insistencia de la Sombra en canturrearle al oído:

”Que te importa si la mina
del bulín se te piantó
y te traicionó el amigo
y la timba te secó.
Si el destino que es criollazo, justiciero y vengador
va a darlos contra el suelo a la ingrata y al traidor.”

Sinforoso fue secándose poco a poco, su mirada paulatinamente fue perdiendo vida. Sólo se le iluminaban los ojos cuando la Sombra trataba de tararear el mismo tango de toda la vida: y revivía tan sólo esos minutos que gritaba enfurecido agravios e improperios a la que él llamaba Intruso.

Finalmente, Sinforoso está cara a cara con la muerte; la mira, la reconoce y le sonríe entre sorprendido y satisfecho; muy respetuosamente le dice:
- Toda mi vida la pasé anhelando cosas que jamás alcancé; a vos también te esperé largamente, es más, aprendí a hacerlo con cariño considerándote la salvación que pusiera fin a este eterno esperar. Sos lo primero que logro. Ya estaba comenzando a creer que ni vos llegarías, que el intruso se entrometería como siempre en su manía de mantenerme a la espera de ... todo. Por primera vez lo vencí. Vamos.
Le extiende su brazo y los dos comienzan a caminar. Antes de, finalmente “irse”, Sinforoso se da vuelta, sin nostalgia alguna, a mirar a la que fue su vida. Al hacerlo ve a la Sombra fumando plácidamente. Queda paralizado. La Sombra tira el pucho y lo apaga haciendo el mismo movimiento con el zapato contra el suelo que él había hecho siempre. Sin duda, es “su sombra”.
Mientras se pregunta si Ella se quedaría o se iría con ellos, la Sombra repentinamente corre hasta él y se mete en él al tiempo que el conocido tarareo-carcajada resuena:

Jajarai, jajai, jajai, jarajajai, jarai jojo.

Al reconocerlo, un frío helado lo recorre y tiene la sensación de estallar, de romperse. Es la forma de saludar del Intruso, de mostrar su presencia.
- Se hace tarde, debemos irnos…, pero al darse cuenta, la Parca, del estado de confusión de Sinforoso, con paciente dulzura le susurra: -¿Todavía no te diste cuenta? Ese, que vos llamabas despectivamente el Intruso, no era tal; es más, sólo hacía su labor, ayudarte a cumplir con tu destino. Otario, tenías predeterminada una buena vida, pero no supiste verla, así como no viste que Ella, la Sombra, es tu esencia.
Sinforoso mira a la Parca, su mirar es ahora sereno, sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas a la vez que empieza a tararear el ya clásico tango. La voz familiar de la Sombra se le une, primero lo acompaña tímidamente, luego con más fuerza hasta que no es posible diferenciarlos:

”Suenen, suenen las guitarras,
que se alargue el bandoneón
que la música es olvido
y el olvido, la ilusión
que ha de darle la alegría
y el consuelo en el dolor,
para que así vos te rías
igual que me río yo.”

El tango resuena, la Parca, sonriente y complacida, no puede parar de bailar.

Texto: Laura Ramírez Vides, de: "Leyendas apócrifas" (inédito).
Letra del tango “Otario que andás penando” de Julio de Caro
Arte gráfico: Martin Moutous, “Libertango”, técnica lápiz y photoshop, www.martinmoutous.com.ar
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