lunes, 6 de diciembre de 2010

Madrugada


Escucho a una mujer gritar. El grito es largo y desgarrador, de esos que salen bien de adentro, de las entrañas; profundo.

Siento una presencia a mi lado. Me despiertan tocándome el pecho. Un dedo toca la base de mi esternón.

Giro mi cabeza al mismo tiempo que abro los ojos. Ahí está parada, mirándome; la veo al amparo de la media luz de la madrugada que entra por las rendijas de la persiana. Me muestra un brazo todo manchado, lo toco, está pegajoso. Me incorporo en un movimiento lento. La miro mejor y su cara parece mal maquillada, con pinceladas burdas que le rodean la boca, impregnan sus mejillas, invaden su nariz. Le pregunto si está bien. Asiente. Sus ojos denotan una sabia serenidad. La tomo de la mano y con calma nos vamos juntas al baño. Empiezo a lavarla, en silencio. La sangre corre despintando ese cuerpo que amo tanto. La ceremonia se interrumpe por mi voz.

- ¿Te sangró la nariz?

- Sí, mamá.


Texto: Laura Ramírez Vides

Fotografía: Roderick Cameron