martes, 22 de diciembre de 2009

Un milagrito de Navidad, aunque sea chiquito





Es lo que Juan pedía todas las noches, asomado a la ventana de su cuarto mirando al cielo. Le encanta mirar al cielo; se puede quedar horas y horas mirándolo. El dice que si mirás un rato largo a una estrella ella se da cuenta y te saluda con un guiño; todavía no logró que la luna lo salude pero está convencido que es sólo una cuestión de tiempo y paciencia.

Todas las noches desde ese 8 de diciembre en que su mamá le contó la historia de la Navidad mientras armaban el arbolito, él elevaba su pedido sin estar muy seguro de a quién lo estaba haciendo. Si a las estrellas -sus amigas- para que se lo transmitieran a la luna que según dicen es muy poderosa, ¡mueve el mar! Si a Papá Noel, que es como llamamos por estos lares a Santa Claus que, si bien puede hacer un volar un trineo y recorrer el planeta en una sola noche (que parece ser más larga que las otras, o debería serlo), que se supone sólo reparte juguetes, ¿o regala algo más? Si a Jesús, a María; ¿sería, tal vez, a Dios?

Había escuchado tanto en todos lados del espíritu navideño y del milagro de la Navidad que así, sin saber muy bien cómo, ni exactamente a quién, sólo confiando, Juan, noche a noche, miraba al cielo y pedía soñando recibir.

En su familia todos están al tanto de su pedido pero cuando le preguntan cuál es exactamente: Juan simplemente sonríe y repite bajito "un milagrito, aunque sea chiquito". Y si insisten, él se encoge de hombros, pone cara de "no puedo" y acota "si les cuento no se va a cumplir".

Llegó la nochebuena y la intriga sobre el milagrito de Juan, que hasta ese momento había embargado a su familia, fue poco a poco transformándose en ternura hacia esa personita que creía en los sueños, en la magia, en los milagros.

"Claro, todavía es chico" decían, como si los años fueran matando poco a poco la capacidad de confiar, de creer.

Finalmente esa noche, no se sabe bien si invadidos por la ternura que les causaba el esperanzado pedido de Juan o por el espíritu navideño, todos -grandes y chicos- al principio tímidamente, después con soltura fueron compartiendo sus sueños y deseos. Al llegar, la medianoche, se sintió mágica.

Juan tiene ahora 30 años, sigue contemplando el cielo por las noches. Nunca reveló a nadie su gran secreto, ni si se cumplió o no.

Él asegura que sin duda esa fue su primera Navidad mágica. Nos los contó anoche, en la sobremesa, junto al árbol iluminado mientras esperábamos la llegada de la medianoche y de una nueva Navidad y una vez más la magia emergió. ¿O habrá sido su milagrito?



Texto: Laura Ramírez Vides
Arte gráfico: Susana Boettner,
"Serie de los Caminos", técnica mixta, 0,50 x 0,50 m. http://www.susanaboettner.com.ar/

viernes, 18 de diciembre de 2009

Reciclado





Futuro incierto. Presente confuso. Pasado complicado.

Es tarde, todos duermen y acá estoy yo, sentada frente a la computadora sin decidirme a acompañarlos. No quiero dormir, no quiero que llegue mañana, no quiero que el hoy termine (aunque el reloj insista en recordarme que ya no es hoy). Tantas ideas se agolpan en mi cabeza… trato, pero no logro organizarlas. Imágenes, fotos, palabras, voces y sonidos.

Tal vez deba por empezar a aceptar lo que siempre dice mi hija: “hoy es mañana, mamá”. Claro, el mañana de ayer. Sí, volví a hoy. Definitivamente estoy complicada. ¿Ya ni escribir me resulta fácil?



Texto: Laura Ramírez Vides

Arte gráfico: Luciana Chame (Técnica mixta, título: “Irene y yo”), lanoraluca@hotmail.com


miércoles, 4 de noviembre de 2009

Linaje



Linaje.
Mi madre, zarzuela. Yo, tango.
Alegría en la angustia. La vida teñida de azul.
Distancia, lejanía. Arrumaco, caricia, abrazo.

Legado.
Ahí, justo ahí. En el vientre, en las vísceras, en las tripas.
Espesura, yuyal; sí, justo ahí, en las vísperas de la vida.

Herencia.
Dolor. Simple y profundo dolor. Ni agudo, ni cortante, ni sordo. Puro dolor.
Vacuo. Hueco. Vano. Corte horizontal de lado a lado; vacío.

Dote.
Ojalá limpia, despejada.
Tal vez, finalmente, empiece a clarear.

PD: mi yo de vieja diría: nada que una caña con ruda no arregle.


Texto: Laura Ramírez Vides
Arte gráfico: Luciana Chame (Técnica mixta, título: “El aire la esta velando”), lanoraluca@hotmail.com

domingo, 25 de octubre de 2009

Nuevos tiempos




Siglo XX, cambalache; siglo XXI, frenesí.

Me siento rara, mal. Me estoy mareando. Empiezo a temblar. Un cosquilleo extraño se apodera de mis manos; se me duerme el brazo izquierdo. El corazón se desboca, respiro agitada. Definitivamente estoy mareada. ¿Me bajó la presión como de costumbre? Soy de presión baja. No, por primera vez en mi vida me subió. Al menos eso me dice la enfermera que tiembla tanto como yo mientras insiste en estrangular mi brazo; no sé si lo hace para reconfirmar los valores o para ver si reacciono ante el dolor. Trato de levantarme de la silla, quiero escapar pero no puedo a la vez que me aferro a los apoya brazos buscando seguridad y, al hacerlo, las manos adormecidas empiezan a doler. Al menos volví a sentirlas, hace instantes estaban totalmente entumecidas. Me ahogo. Quiero llorar o gritar pero ni siquiera puedo hablar. Solo temblar. Los que están a mi alrededor me miran, fijo. Sus caras reflejan miedo. Siento que todo mi cuerpo está acelerado; sin embargo el tiempo pasa… ele-e-ene-te-o. ¿O será que todos corren? Traen agua, gaseosa, sal, azúcar. No se deciden, y a mí qué me ofrezcan todo junto me está revolviendo el estómago. Llaman a la ambulancia, no logro escuchar; o tal vez sería acertado decir que no logro entender qué le dicen al servicio de emergencias.

Y bueno, hasta acá llegué; pienso. Me infarté.

Ataque… pero no de corazón; de pánico.


Texto: Laura Ramírez Vides

Arte gráfico: Maitena Luz San Miguel (Marcadores sobre papel, título: “Mi familia”).


jueves, 15 de octubre de 2009

Hace frío



Dicen que hace frío… pero yo no lo siento.
Estamos en una iglesia. El perfume de las flores se confunde con el incienso. A lo lejos, los chicos juegan y ríen; despacito, como pidiendo permiso. Cerca, un bebé llora. Vinieron todos. No falta nadie.
Siempre me gustó el aroma a incienso y la paz de los lugares sagrados. El órgano empieza a sonar y la música los envuelve, los transporta. Con las primeras palabras del cura estallan algunos sollozos. ¡Es tan raro!
Dicen que estoy muerta...


Texto: Laura Ramírez Vides
Arte gráfico: Mariano Del Franco, http://criminalpencil.blogspot.com/

martes, 13 de octubre de 2009

Collage


¿Renacimiento o desintegración? ¿Dolor o éxtasis?
Agonía. Presagio.
Veo a todas las que fui, las que seré, las que jamás llegarán a ser. ¿Y la que soy? La encuentro en un laboratorio que abruptamente aparece delante de mí. Claramente aquí todo comienza y termina; nada perdura, sólo se cocina. Transmutación. Sí, renacimiento. Sí. Bulbos de humanidad en un útero desgarrado. Me despierto. Mi alma llora, mi cuerpo sangra; como todos los meses.


Texto: Laura Ramírez Vides
Arte gráfico: Maitena Luz San Miguel (Témpera sobre papel, título: “Blancanieves”).


martes, 29 de septiembre de 2009

Presagio cobarde



Estoy en la oficina. Suena el teléfono. Del otro lado está mi hija que balbucea, lloriquea, solloza, grita. No entiendo nada. Mi hija tiene solo 3 años pero le he enseñado qué tecla tiene que apretar en el teléfono para llamarme al trabajo (las maravillas de las memorias rápidas de estos aparatos modernos). Trato que se calme, logra decirme que papá está en el piso, que papá se ahoga. Mi corazón se sobresalta de tal manera que parece salirse del pecho. Intuyo que ella se acerca a él porque lo siento respirar atragantado, luchando por cada bocanada de aire. No sé qué hacer. Le digo que se quede tranquila, que le acerque el celular a papá para que llame al servicio de emergencias (eso no se lo enseñe, ¡mierda!). Me dice que papá no puede, que no ve los números. Le dicto yo qué números marcar. Sí, 3 años y ya sabe los números. Escucho el ahogado pedido de auxilio de mi marido. ¿Será un infarto? ¿Presión alta? Le digo a mi hija que tengo que cortar para poder ir para casa. Que apriete el botón que ella ya sabe y que yo la llamo enseguida desde el taxi. Miro a mi jefe y supongo que mi cara desencajada dijo todo porque se ofreció a llevarme él mismo. Mientras estoy subiendo al auto a la vez que marco el teléfono de casa me pregunto si llegaré a tiempo, si la gorda va a poder abrir la puerta (dar vuelta la llave; algo que tiene terminantemente prohibido). ¡El portero! (perdón, el encargado) ¡Tengo que avisarle a él para que ayude! Trato de comunicarme con él desde el teléfono de mi jefe. No lo encuentro. El tráfico es un horror. Enmarañado como siempre en nuestra querida ciudad. Me empiezo a desesperar a la vez que trato de calmar a mi hija que ya me atendió y sigue llorando y repitiendo: ¿cuándo venís mamá? ¿ya llegás?.
No hay forma que llegue rápido. No hay forma que llegue a tiempo. No hay nada que pueda hacer.
O tal vez sí.
Despertarme.


Texto: Laura Ramírez Vides