Tengo que apurarme,
llego justo, pienso mientras bajo las escaleras de la estación de subte. Ya en
el andén, agitada veo venir el nuevo tren. Vagones pequeños; herméticos; perfumados;
herméticos; ya no corren en vaivén, ahora flotan; herméticos. Bajo mareada y
sigo la marea que supongo me llevará a la combinación que necesito pero me
retraso, estoy confundida, aturdida y, sin darme cuenta, me encuentro parada en
un descanso al final de varias escaleras y al comienzo de otras tantas. Letras,
en las paredes hay letras de distintos colores, carteles, flechas, pero no encuentro
la mía, mi letra no está, desapareció. Debo haberlo pensado muy fuerte o dicho
en voz alta porque un hombre que está a punto de bajar por una de las escaleras
se da vuelta y, gentilmente, me dice: es por acá.
Aclaraciones
pertinentes:
Hombre: ejemplar
enorme, vestido de negro, todo de negro; borcegos, pantalón, cinturón, remera y
mochila negros bien negros, cabello rapado en los costados con una cresta rosa (sí,
rosa) en el medio de la cabeza.
Gentilmente:
acostumbrada a la violencia cotidiana cualquier acto o gesto amable provoca en mí
una desconfianza profunda.
Por acá: indica con la
mano bajar escaleras eternas, solitarias, con él caminando detrás.
Al llegar al andén me
mira, estira su brazo y siento como si volviera a mirarme a través de su
teléfono inteligente. Sí, estira el brazo sosteniendo el teléfono en su mano y
me apunta con la cámara de la parte trasera.
Un escalofrío me atraviesa y recorre de punta a punta. Ya me lo imagino
enviando mi foto por mail, avisando en qué estación me bajo (¡Dios, me preguntó
dónde me bajaba, supuestamente para indicarme en qué anden esperar y yo le dije!);
mierda, no tengo escapatoria.
Trato de alejarme en el
andén, subo al tren casi aliviada pero en cuando se cierran las puertas los veo
venir caminando por el vagón.
Me mira fijo. Sé que
estoy temblando. Lo miro mejor y me doy cuenta que tiene manchas en las manos.
No logro pensar claramente. Arrugas en la cara. No se queda quieto y todo el
tiempo con el celular en la mano. Con el brazo estirado, como alejándolo, mira
la pantalla. Gira, se acerca, lo tengo delante de mí. Trato de ver la pantalla
buscando no sé muy bien qué y sucedió; vi todo claramente, no había dudas.
Mas que un pervertido el
tipo era un jovato con presbicia obsesionado con la hora.
Llegué a tiempo; sana y
salva.
Texto:
Laura Ramírez Vides
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