Habían pasado demasiadas cosas juntas: eventos desafortunados cual laberinto de
fichas de domino: tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic.
No podía más; no podíamos más, el más puro y profundo dolor
había dado paso a esta nada insoportable. Sí, nada. No nos interesaba nada, no
queríamos nada y las dos buscábamos el dolor como única forma posible de
sentirnos vivas.
La decisión la tomé yo, algo había que hacer.
Nos subimos, lentamente fuimos elevándonos hasta llegar a lo
más alto donde podíamos ver los brazos del río, el delta, las islas, verde,
mucho verde delineado por el amarronado río en el Tigre. Hermosa postal que no lográbamos sentir ni
disfrutar. No había vuelta atrás, solo existía el adelante que -en realidad- era abajo.
Nos miramos intensamente, nos tomamos de las manos, fuerte,
muy fuerte y allá fuimos. Caída libre. El grito se nos atragantó por la aspiración
profunda, el estómago en la garganta, la nada pasó a ser todo hasta que, sin
saber cómo o por qué el grito salió en forma de alarido; explotó el mío, estalló
el de ella, las dos bramando desde lo profundo de nuestro cuerpo, con todas
nuestras fuerzas, hasta el último aliento y… todo volvió a empezar.
Montaña rusa.
Texto y fotografía: Laura Ramírez Vides