lunes, 6 de diciembre de 2010

Madrugada


Escucho a una mujer gritar. El grito es largo y desgarrador, de esos que salen bien de adentro, de las entrañas; profundo.

Siento una presencia a mi lado. Me despiertan tocándome el pecho. Un dedo toca la base de mi esternón.

Giro mi cabeza al mismo tiempo que abro los ojos. Ahí está parada, mirándome; la veo al amparo de la media luz de la madrugada que entra por las rendijas de la persiana. Me muestra un brazo todo manchado, lo toco, está pegajoso. Me incorporo en un movimiento lento. La miro mejor y su cara parece mal maquillada, con pinceladas burdas que le rodean la boca, impregnan sus mejillas, invaden su nariz. Le pregunto si está bien. Asiente. Sus ojos denotan una sabia serenidad. La tomo de la mano y con calma nos vamos juntas al baño. Empiezo a lavarla, en silencio. La sangre corre despintando ese cuerpo que amo tanto. La ceremonia se interrumpe por mi voz.

- ¿Te sangró la nariz?

- Sí, mamá.


Texto: Laura Ramírez Vides

Fotografía: Roderick Cameron

domingo, 15 de agosto de 2010

El Teatro Maldito


Recuerdo como si hubiera sido ayer aquella noche de invierno en que estábamos mi madre y yo en el campo, tomando chocolate caliente en el alero de casa; emponchadas como si estuviéramos en la Antártida en vez de en la provincia de Buenos Aires, con la sensación de que siempre había llovido y que seguiría lloviendo por siempre como si ese hubiera sido el único clima por nosotras conocido.

Aburridas, después de haber descifrado cientos de crucigramas, hablado de casi todos los temas, jugado todos los juegos de mesa aprendidos; compartiendo simplemente el silencio, el arrullo de la incesante lluvia; disfrutando de las esporádicas interrupciones de los relámpagos que iluminaban la noche cerrada anunciándonos la proximidad del trueno y aliviando la monotonía que nos embargaba a la vez de ser todo un presagio de continuidad.

Esa fue la noche en que mamá me contó la leyenda que su madre le había relatado cuando niña.

Según mi abuela Vasca, en un pequeño poblado ubicado en algún impreciso lugar de Navarra existió un teatro muy particular, tan especial que hizo que ese pueblo, por cierto tiempo, fuera conocido en toda España.

Lo llamaban el Teatro Maldito; ni embrujado, ni poseído, ni encantado, sino maldito. Así lo denominaron impulsados por el terror que les provocaba que ese lugar tuviera vida propia. Si bien puede ser aceptable la idea de un edificio embrujado, poseído o encantado, aún para un escéptico; el tratar de asimilar que un teatro vibrara, sintiera, pensara, decidiera, era demasiado para los pobladores del lugar, inclusive para los creyentes de lo oculto.

Decían que El Maldito se apropiaba en cierta forma de las voces de los actores. No era que los enmudeciera sino que determinadas líneas o frases pronunciadas en él no podían volver a ser repetidas. Ninguno de los actores pudo jamás explicarlo. No podían precisar si lo habían olvidado, si recordaban las líneas pero no podían pronunciarlas. Al preguntarles al respecto, todos indefectiblemente callaban; su mirada perdía vida; como si en el mismo instante en que la pregunta se formulaba su mente se pusiera en blanco, se vaciara.

Don Antonio, el portero, que era a su vez el acomodador, el boletero, el encargado de mantenimiento y el sereno del lugar se había convertido en su portavoz. Era definitivamente quien más lo conocía y entendía. Aseguraba que el teatro elegía sus botines según las formas del decir que podían distinguirse entre: palabras débiles que mueren instantes después de haber sido pronunciadas; líneas delgadas que flotan unos segundos para ir desintegrándose, desvaneciéndose hasta desaparecer; y frases con cuerpo, peso propio, contenido, que permanecen en el aire llenando la sala, que cuando llegan a los espectadores los tocan, los abrazan, los hacen temblar invadidos por la vibración del sonido. Y eran justamente estas últimas las que el teatro amaba, las elegía cuidadosamente y simplemente se quedaba con ellas.

Don Antonio afirmaba que las escuchaba resonar cuando recorría el lugar; es más, aseguraba que muchas veces, en sus noches de sereno, por medio de estas voces el teatro lo había despertado de su sueño prohibido para avisarle algún imprevisto o accidente. Los lugareños comenzaron a alertar a las compañías de teatro y, si bien al principio la mayoría reaccionaba con risas displicentes, actitudes incrédulas impulsados por el escepticismo y arengados por los refutadores, poco a poco, éstas comenzaron a elegir no presentarse en él, movidas más por la superstición que por la creencia de la leyenda.

Contra toda lógica, la ausencia de obras en el teatro lo embellecía. Hacía años que no se hacían reparaciones de importancia, ni mantenimiento alguno más que lo básico y suficiente para evitar derrumbes, solapar goteras, pasar las inspecciones de habilitación y así seguir funcionando. Don José era uno de los más asombrados, claro, era el encargado de todo lo que se hiciera en el Maldito y él sabía muy bien que no había encerado los pisos aunque cualquiera pudiera reflejarse en ellos claramente, ni retapizado las butacas aún cuando lucían como estrenando terciopelo de la mejor calidad y siempre habían sido de pana barata, ni pintado el interior ni exterior y menos aún retocado las molduras. Sin embargo, El Maldito brillaba, como si cual imán estuviera llamando, atrayendo a una gran víctima.

Así, reluciente como nunca antes, acogió en su escenario al que fuera, en ese momento, el mejor actor dramático de toda España, convencido que nada ni nadie podría con su arte, con su dejar el alma cada vez que la vida lo ponía sobre las tablas.

Fue una noche fantástica; una actuación memorable; que al finalizar dio paso al gran horror. Al verse, el gran actor reducido a un estado casi catatónico; al descubrir que había dado todo en esa función y que El Maldito se había quedado con casi todo lo que él era, enloqueció, y comenzó a vagar sin rumbo tratando de mitigar tanto dolor, de llenar ese gran vacío, probando con cuanta cosa le ofrecieran: drogas, hechizos, alcohol, yuyos, magia; se dice que hasta trató con un exorcismo. Todo fue en vano y una fatídica noche, totalmente resuelto a terminar con su tormento, volvió a El Maldito y lo incendió; quedándose dentro, en el centro del escenario donde todo había comenzado.

Dicen que esa noche, además de la risa profunda y descontrolada de quien fuera su última víctima convertido ahora en victimario, podían escucharse, por sobre el crepitar del fuego, todas las frases, líneas y palabras que El Maldito había robado y apresado. El fuego limpia y libera –comentaba por lo bajo la vieja curandera-; se acaba el mundo –gritaba el loco del lugar-; Don José era el único que sollozaba en silencio.

Todos se arrimaron a ver el final de El Maldito. Nadie hizo nada por apagar el fuego, pero los testigos del incendio –casi todo el pueblo- aseguraban que bajo las ruinas y cenizas pudo verse una gran cantidad de agua. Ellos afirmaban que eran lágrimas. Que El Maldito se había ido llorando.

Mi madre terminó el relato y sin hacer comentario alguno, en silencio, se fue a dormir. Jamás volvimos a hablar del tema. Pero me resulta inevitable, cada vez que una gran tormenta me acecha, recordar la leyenda de El Maldito y mientras un escalofrío recorre todo mi cuerpo, una sonrisa siniestra se dibuja en mi cara.


Texto: Laura Ramírez Vides, de: "Leyendas apócrifas" (inédito)

Fotografìa: Fabián San Miguel,

http://laboratoriocentral.blogspot.com

miércoles, 10 de febrero de 2010

Omnipresencia


Estoy soñando. Sé que estoy soñando y me veo en el sueño. No es una sensación agradable porque no logro entregarme al sueño. Lo veo, a la vez que lo vivo y lo analizo.

Hace tiempo que no soñaba o no recordaba el haberlo hecho. Este parece un compilado de pesadillas clásicas. Me corren, trato de correr pero estoy siempre en el mismo lugar, están por atraparme… en un sueño normal me despertaría por el miedo pero como lo estoy viendo… nadie llega; simplemente empiezo a caer, siento el vacío, grito tan largo como es imposible que lo haga en realidad (no tengo tanto aire) debería despertarme antes de impactar pero vuelvo a cambiar la escenografía. Estoy en una casa conocida que en realidad no es ninguna que haya tenido o visitado pero la sensación es de familiaridad. La disposición de las habitaciones es un sinsentido laberíntico donde me cruzo con gente; reconozco a algunas personas, a otros no, aunque a todos los siento cercanos.

La que sueña, siente; yo, la miro y pienso. Es agotador, casi aburrido.

Sigo caminando. Llego a una habitación vacía donde está mi papá vestido de blanco (jamás lo vi vestido de blanco al Negro), está sentado con la silla al revés, apoyando sus antebrazos en el respaldo (esa sí era su forma típica de estar), me sonríe, me saluda. ¡Qué sensación maravillosa! Quiero hablarle y no puedo (sigo con todos los clichés oníricos). Desaparece y quedo sola. Es momento de despertar, pienso, no estoy descansando y mañana me espera un día muy activo.

Nada pasa.

Se me corta la respiración en medio de un suspiro. Siento que mi corazón se para. Él la está mirando fijo. Me está mirando fijo. Su cara es en realidad amorfa pero tan conocida. Es él. ¿Quién? Mi corazón retoma sus latidos a un ritmo frenético. Estoy agitada. Tengo miedo. Tiemblo, transpiro frío.

La toma del cuello. Me mira, feo.

La ahorca. Me ahogo.

No logro despertar.

Veo que la está matando. Siento que me estoy muriendo.

Lo que más bronca me da es saber que a mi marido lo consolarán diciendo: “Se fue tranquila; se fue durmiendo”.

¡Mierda!


Texto: Laura Ramírez Vides
Arte gráfico: Fernando Rodriguez Vilela, técnica mixta.
http://www.lordgaita.com.ar/



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domingo, 7 de febrero de 2010

Distorsión


Es tan ridículo y a la vez gracioso. Nos imaginan (¿o nos ven?) verdes, altos, delgados, cabezones; a nuestro planeta lo “pintan” de rojo. Los venusinos tienen mejor imagen, a ellos los dibujan con alas y los llaman ángeles.
Los humanos son realmente unos personajes, aunque en realidad creo que simplemente son burdos. Piensan que avanzan tecnológicamente. En medicina tienen aparatos que consideran de alta sofisticación y siguen sin descubrir el implante.
Ver para creer, dicen. Si supieran que lo que creen ver simplemente no es.
El propósito de la Confederación es claro: los humanos son especimenes para estudio de toda la galaxia y delicatessen para los habitantes de Saturno (nos costó pero logramos frenar su insaciable apetito y tosquedad en la abducción; ¡maldita costumbre tenían de hacerlo siempre en el mismo triángulo!).
Pero hay unos pocos humanos que nos preocupan, son fuertes, determinados, y cuando al nacer les implantamos el distorsionador de imagen, lo rechazan.
Éstos sí son peligrosos.
Varios ya me han descubierto; lo sé, algunos me hablaron pero yo no contesté, sabían que estaba ahí y ayer a la noche… un espécimen femenino caminó directo hacia mí y me tocó.
Algo vamos a tener que hacer con ellos. Los humanos los llaman ciegos. Yo, nuestra perdición.

Texto: Laura Ramírez Vides
Arte gráfico: Pablo Daniel Cordero, "Mural sin título", técnica: óleo/acrílico
, www.myspace.com/vujadei, www.myspace.com/anatomiaoccultus, Laberynto080@gmail.com
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jueves, 21 de enero de 2010

El Intruso




Una sombra sentada al lado de la cama de un moribundo, leyendo, esperando.

Sinforoso era un hombre cuya vida transcurría entre la mediocridad y el sufrimiento. Consideraba que su destino era cruel y frustrante, y con gran determinación se empeñaba en torcerlo. La sombra siempre había estado a su lado para guiarlo, para ayudarlo, pero enceguecido por su enfrentamiento con el que él creía era su destino; se empeñaba con igual determinación en no escucharla. Así, pasó su vida enfrascado en luchas infructuosas, en esperas estériles. Se confundió de tal manera que en vez de reconocerla, la bautizó “el Intruso”.

La agonía se alarga y esta vez es la Sombra la que espera; mientras lo hace, repasa la vida de su compañero y una leve sensación de frustración la embarga. Ella cree haber hecho todo lo posible y necesario. ¡Cómo pudo no entender! ¿Estará haciéndolo ahora?

Sinforoso total y completamente abatido, parado frente a la vidriera de una casa de venta de billetes de lotería. La Sombra, después de haber probado mil formas de comunicarse con él sin obtener ningún resultado ni respuesta, decidió que tal vez a través de lo único que para Sinforoso era casi placentero, el tango, sería posible el contacto. Probó no sin cierto cinismo con “Otario que andás penando”. Al entonar el comienzo, que es un tararear en forma de carcajada, Sinforoso, atónito, miró a su alrededor, al Cielo; nervioso comenzó a hablar solo con la firme convicción de que “alguien” quería enloquecerlo. Trató de concentrarse en los billetes de lotería pero en su cabeza sólo resonaba el 17, con más y más fuerza, pensó que no se puede terminar con los pesares económicos justamente con el 17: la desgracia. No, debía elegir otro, pero antes que pudiera decidirse a entrar al negocio, la Sombra continuó cantando:

”Otario, que andás penando
sin un motivo mayor
quién te dijo que en la vida
todo es mentira, todo es dolor.
Si tras la noche oscura sale el sol
y de la vida hay que reírse igual que yo.
Jajarai, jajai, jajai,
jarajajai, jarai, jojo."

El pánico se apoderó de Sinforoso que salió corriendo, gritando aterrado:
-¡Tengo un intruso en la cabeza! ¿Me quiere volver loco! ¡Por favor, ayúdenme!
Y ese “intruso” no dejaba de gritar: “te olvidás el billete de lotería”.
Después de vagar sin rumbo por horas, ya extenuado volvió a su casa y como todas las noches prendió la radio, se recostó vestido en la catrera a fumar el último cigarrillo del día.
-“Gran premio de la Lotería Nacional el ...” -sonó en la radio, pero no quiso ni pudo escuchar, no tuvo el valor suficiente.
Al día siguiente al volver del trabajo se sorprendió al ver que su vecino, uno de los más pobres del barrio, estaba dando una gran fiesta. ¡Hasta había una orquesta! Preguntó a unos pibes que pasaban correteando con globos y caramelos qué era lo que estaba pasando, excitadísimos contestaron que el viejo se había ganado la grande. Con los últimos pesos que le quedaban había comprado el billete ganador en la agencia de la esquina, no se acordaban el número completo pero estaban seguros que terminaba en 17.
La Sombra trató de calmarlo, pero fue en vano; ni bien intentaba hablarle o cantarle, Sinforoso estallaba en rezos en voz alta, echándola como si fuera una maldición, llamándola Intruso, persignándose cada vez que la nombraba y repitiendo una y otra vez: no vas a lograr enloquecerme, no lo vas a lograr.

El sonar monótono y rítmico del monitoreo se interrumpe e irrumpe un sonar estridente, continuo; lo siento como un timbre, una alarma; miro a mi alrededor, llegó la Parca. Le hago un guiño, me sonríe. Llegó el momento. Entran las enfermeras. No me ven. Nadie presta atención a las sombras, tendría que estar acostumbrada. ¡Qué terquedad la de este hombre; aún sigue luchando!

Sinforoso enamorado. Teresa resultó ser nefasta en su vida: tarotista, grafóloga y versada en ciencias ocultas varias. El fue a consultarla para saber de su futuro; desde el mismo instante en que la vio, se enamoró perdidamente de ella. Al presentarse, Teresa le comentó como al pasar el significado de su nombre: Sinforoso “el lleno de desdichas”, y que así estaba marcado su futuro. La Sombra trató de hacerle entender que ese era justamente el destino que sí debía torcer, el determinado por sus padres al nombrarlo; pero no, seguía confundiéndose y cumplía con el vaticinio de su nombre rechazando, negando y negándose una buena vida.
Después de meses de cortejarla con poemas, flores y regalos más costosos de lo que en realidad podía afrontar, ella accedió a la propuesta de casamiento de Sinforoso. Tras casi un año de recibirlo todo sin dar nada a cambio, la noche previa a la boda, Teresa con tranquila frialdad simplemente dijo:
-Hay otro hombre en mi vida. Me voy. Me voy para no volver.
Mientras se ponía los guantes y el abrigo, Sinforoso preguntó con la voz entrecortada:
-Nunca me dijiste qué significa tu nombre.
- La cazadora.
No volvió a verla; jamás logró olvidarla y a pesar de la insistencia de la Sombra en canturrearle al oído:

”Que te importa si la mina
del bulín se te piantó
y te traicionó el amigo
y la timba te secó.
Si el destino que es criollazo, justiciero y vengador
va a darlos contra el suelo a la ingrata y al traidor.”

Sinforoso fue secándose poco a poco, su mirada paulatinamente fue perdiendo vida. Sólo se le iluminaban los ojos cuando la Sombra trataba de tararear el mismo tango de toda la vida: y revivía tan sólo esos minutos que gritaba enfurecido agravios e improperios a la que él llamaba Intruso.

Finalmente, Sinforoso está cara a cara con la muerte; la mira, la reconoce y le sonríe entre sorprendido y satisfecho; muy respetuosamente le dice:
- Toda mi vida la pasé anhelando cosas que jamás alcancé; a vos también te esperé largamente, es más, aprendí a hacerlo con cariño considerándote la salvación que pusiera fin a este eterno esperar. Sos lo primero que logro. Ya estaba comenzando a creer que ni vos llegarías, que el intruso se entrometería como siempre en su manía de mantenerme a la espera de ... todo. Por primera vez lo vencí. Vamos.
Le extiende su brazo y los dos comienzan a caminar. Antes de, finalmente “irse”, Sinforoso se da vuelta, sin nostalgia alguna, a mirar a la que fue su vida. Al hacerlo ve a la Sombra fumando plácidamente. Queda paralizado. La Sombra tira el pucho y lo apaga haciendo el mismo movimiento con el zapato contra el suelo que él había hecho siempre. Sin duda, es “su sombra”.
Mientras se pregunta si Ella se quedaría o se iría con ellos, la Sombra repentinamente corre hasta él y se mete en él al tiempo que el conocido tarareo-carcajada resuena:

Jajarai, jajai, jajai, jarajajai, jarai jojo.

Al reconocerlo, un frío helado lo recorre y tiene la sensación de estallar, de romperse. Es la forma de saludar del Intruso, de mostrar su presencia.
- Se hace tarde, debemos irnos…, pero al darse cuenta, la Parca, del estado de confusión de Sinforoso, con paciente dulzura le susurra: -¿Todavía no te diste cuenta? Ese, que vos llamabas despectivamente el Intruso, no era tal; es más, sólo hacía su labor, ayudarte a cumplir con tu destino. Otario, tenías predeterminada una buena vida, pero no supiste verla, así como no viste que Ella, la Sombra, es tu esencia.
Sinforoso mira a la Parca, su mirar es ahora sereno, sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas a la vez que empieza a tararear el ya clásico tango. La voz familiar de la Sombra se le une, primero lo acompaña tímidamente, luego con más fuerza hasta que no es posible diferenciarlos:

”Suenen, suenen las guitarras,
que se alargue el bandoneón
que la música es olvido
y el olvido, la ilusión
que ha de darle la alegría
y el consuelo en el dolor,
para que así vos te rías
igual que me río yo.”

El tango resuena, la Parca, sonriente y complacida, no puede parar de bailar.

Texto: Laura Ramírez Vides, de: "Leyendas apócrifas" (inédito).
Letra del tango “Otario que andás penando” de Julio de Caro
Arte gráfico: Martin Moutous, “Libertango”, técnica lápiz y photoshop, www.martinmoutous.com.ar
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martes, 12 de enero de 2010

Órganos




No sé cómo empezó, simplemente sucedió.
Mi hígado comenzó a fallar y me transplantaron. Claro, ya no es como antes que había que esperar a que apareciera el órgano a través de un donante. Ahora se utilizan órganos artificiales. Este nuevo sistema es manejado por una ONG en forma gratuita y es definitivamente experimental (aunque jamás lo reconocerán).
En principio parece fantástico (por eso ingresé al programa) pero como tenés un órgano “de ellos” el seguimiento que hacen es tan exhaustivo que terminás convirtiéndote en su conejillo de indias.
A ver, después del hígado fallaron los riñones, luego el páncreas, el corazón… y ellos simplemente fueron cambiándomelos “a necesidad”.
Yo estoy convencida que mi cuerpo ya no da más, cumplió su ciclo. Pero, como el financiamiento de esta organización se basa en estadísticas… es muy importante probar y documentar la sobrevida… (sobrevida, justamente lo que yo pienso, estoy viviendo de más) así que te mantienen vivo con este método siniestro de seguir transplantando, implantándo órganos que ni siquiera son humanos.
Convencida que debía haber un límite y después de pasar horas rogando para que lo hubiera finalmente ocurrió; mi cerebro empezó a fallar.
Si bien la ciencia ha avanzado a tal punto de derribar todas las barreras, pensé: “ya está, no pueden cambiármelo”. Porque si me “cambian” el cerebro ¿qué pasa con la memoria?, ¿cómo hacen para traspasarla?, ¿o empezás a vivir con la memoria de otro?, y, en ese caso, ¿de quién, si sería artificial? ¿Sería acaso un cerebro nuevo, limpio, sin memoria alguna?
No, definitivamente, no pueden cambiarme el cerebro. Lo logré. Se terminaron los transplantes.
Ilusa yo. Pueden.
Vienen a buscarme pero esta vez será distinto. Lo decidí; no sigo.
Les sonrío con calma. Abandono este cuerpo. Me voy.


Texto: Laura Ramírez Vides
Arte gráfico: Pablo Daniel Cordero, "Experimental Graphics", técnica fotografía/diseño gráfico, www.myspace.com/vujadei, www.myspace.com/anatomiaoccultus, Laberynto080@gmail.com

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miércoles, 6 de enero de 2010

El tren




Letargo.
Tren, tres mundos que se chocan, se cruzan, conviven.
Sentada en el tren, veo tres mundos, siento tres dimensiones. Me rodean tres realidades. ¿Realidades?

El afuera. Pasa lento, corre, se queda quieto. Debería conocerlo pero siempre es distinto. Mis ojos lo miran pero nunca ven lo mismo. Él me llega, me toca aunque un vidrio nos separe. Luces brillantes que lastiman; una pared que al mirarla fijo me marea; los árboles que con sus hojas me acarician, la nada que me recuerda que estoy viva.

El adentro. Gente, voces, murmullo, perfumes, olores. Vaivén. Risas, llantos, gritos, susurros. Vaivén. Una nena me da una estampita. Un teléfono celular suena. Vaivén ¿Crueldad? ¿Ironía? ¿Realidad? Duele ¿La vida?

El tren. Él me contiene. Me lleva. De a ratos me sacude, molesto. De a ratos me mece, juguetón. Yo poco a poco voy entregándome y lo escucho hablarme. Chillidos. Susurros.

Imagen. Sonido. Vibración. Movimiento.
Mi tren. El que todas las mañanas me aliena, me masifica.
Mi tren. El que cada noche arrullándome me devuelve a mi misma.

Texto: Laura Ramírez Vides
Fotografía: Agnese Lozupone, "Señores pasajeros...", http://www.buenosairesdeforme.blogspot.com/

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